Ciudad sin sueño

Una crisis personal motivó el viaje de Lorca a Nueva York, ciudad en la que escribiría uno de sus libros más memorables y que le valió, desde el primer momento, el reconocimiento internacional, gracias a que fue publicado por primera vez en Estados Unidos en una versión bilingüe.

Valiéndose de la técnica de asociación libre tomada del surrealismo, Lorca compone su poema a partir de una larga sucesión de imágenes que no responden a una lógica estrictamente racional, pero que siguen un determinado patrón: el anuncio apocalíptico de acuerdo al cual algunos elementos de la naturaleza parecen amenazar a la civilización: criaturas de la noche, iguanas y cocodrilos acechan a «los hombres que no sueñan»:

Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.

Esta amenaza de lo salvaje no es más que una suerte de castigo divino, de maldición hacia un mundo en el que lo natural, la vida, ha sido sometida al dolor, al miedo, a la opresión por parte de la civilización. Una serie de imágenes nos muestran una ciudad dominada por la injusticia y el dolor:

Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
(…)
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.

Ante este desolador paisaje dominado por el dolor y el temor, parece inminente, de acuerdo a la visión enajenada, iluminada del sujeto poético el final de este sistema y el advenimiento de una era en la que la naturaleza oprimida, dominada por el hombre, se cobrará su venganza en invertirá las reglas del juego:

Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas

A lo largo del poema se repite una idea de manera obsesiva: nadie duerme en la ciudad, se trata de una ciudad sin sueño, en todos los sentidos. Sobre todo porque la sobrevuela una constante amenaza que hace que sus habitantes velen, atemorizados, para protegerse de las constantes amenazas cuando no son ellos mismos la amenaza en busca de su víctima. En una constante pugna entre verdugos y torturados, la urbe se sitúa en las antípodas de un locus amoenus para convertirse en una auténtica representación de un infierno en el que las criaturas están condenadas a una incesante pugna: por devorar, por no ser devoradas. En esa ciudad que nunca duerme el poeta proyecta su crisis espiritual, su sensación de estridencia, de disonancia con el mundo que le rodea, un mundo hostil que arrasa con aquellas criaturas que sueñan, ya sea porque duermen ya sea porque mantienen esperanzas que no van a cumplirse. En la medida en que soñar o dormir son sinónimos de no querer ver la realidad, de cerrar los ojos a la crueldad que domina, el poeta pide que se viva en una eterna vigilia:

Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.

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